El Amor en el Espacio

El espacio del amor

La experiencia física del amor pasa por una sensación armoniosa de bienestar, pero sobre todo de presencia. Reconocer nuestra naturaleza pulsátil es reconocernos como seres existentes preparados para amar.

Fuente: Revista edanza Num. 45 – Sep./Oct. 2017

Llevo tiempo queriendo escribir sobre el amor, una temática tan sencilla y compleja a la vez. Fuente de inspiración de poetas y escritores, pero también fuente de angustias e incertidumbres. Mucho se ha escrito sobre él, pero a mí el que me interesa es el amor encarnado, el que se experimenta a través de nuestra consciencia física, el amor que corre por mis venas y penetra en mi cuerpo haciéndome sentir uno y todo.

He vuelto de Madrid hace menos de una semana, mi corazón todavía está lleno de gratitud y experimenta una sensación de éxtasis y de plenitud que se acerca mucho a todas las descripciones del  estado de amor puro que han llegado a mí.

Nos reunimos como los hacemos cada año para dar vida a nuestro Encuentro Internacional de Danza OFD y nuestro espectáculo anual. Mujeres de distintas nacionalidades y lugares, de diferentes edades y culturas, reunidas para crear magia en el escenario. Nuestras funciones son construidas y concebidas como una colcha de retazos, durante todo el año estudiamos e investigamos la temática, y nos unimos todas para bailar, celebrar la vida y plasmar en el universo un mensaje.

Cada año esta práctica me recuerda el poder de la sangha. Uno de mis maestros espirituales, el lama tibetano Thich nhat hanh, explica la terminología sangha como el  poder de reunirse en grupo para poner en práctica el camino de la consciencia plena. Él enfatiza la importancia de compartir en grupo, aunque sepamos y estemos en un camino de plena consciencia, debemos reunirnos ya que la fuerza del grupo enfatiza la experiencia. Y es exactamente esto lo que hacemos al subir al escenario, nos fortalecemos unas a las otras, el estado de plena consciencia y presencia que ocurre en la práctica dancística es un acto de amor.

En mis investigaciones sobre el amor encontré en las enseñanzas del Lama budista Thich nhat hanh su significado. El amor significa estar presente, ser amado implica ser reconocido como un ser existente. Si nos ponemos a reflexionar un solo instante sobre la profundidad de esta enseñanza, nos daremos cuenta de que nuestras formaciones mentales, sentimientos, y proyecciones  en relación al amor carecen de corporeidad, la presencia solo ocurre en escasos momentos de nuestro día a día.

En la comunidad de lamas construida por el maestro, ellos tenían una práctica diaria cuyo objetivo era recordarnos la importancia de estar plenamente conscientes en el presente.  Esta práctica se llamaba “El toque de las campanadas”, y consistía en tocar un par de veces el cuenco tibetano para que toda la comunidad, al escuchar esta llamada, vuelva.

 

La atención a la respiración

Inhalar y exhalar conscientemente es el la forma de estar plenamente consciente y, consecuentemente, la única manera de experimentar el amor.

Pausa…respiro

La regularidad de la práctica corporal desde el lugar de la activación de la plena consciencia ejerce el papel de ritual de presencia, tan importante en la conquista del amor.

Aun inmersa en sus enseñanzas, llegan hasta mí sus dulces palabras sobre el amor: “Amar significa ofrecer espacio, y si no tienes espacio en ti mismo ¿Cómo puedes ofrecer espacio?”

Su propuesta y práctica del amor pasa por un profundo contacto con la grandiosidad de nuestra fisicalidad. El cuerpo es el vehículo que permite la experiencia, sentir el pulso vital a través de la observación y presencia en el acto de respirar nos permite tocar lo intangible.

En mi curso de formación en Danza Terapia estudiamos sus enseñanzas como la base de lo que será después el método desarrollado por la escuela, sus escritos sobre la psicología budista son uno de los soportes teóricos de nuestro trabajo físico. Suelo decir que la danza oriental es la danza del espacio interno, es  increíble la consciencia corporal que se puede despertar a través del aprendizaje de estos movimientos ondulantes. Esta propuesta, si es incorporada correctamente, logra un profundo despertar interior. Y es precisamente este espacio interior que descubrimos quien nos prepara para el amor, más aún, es este espacio por sí mismo un acto de amor.

La idea de que el amor significa ofrecer espacio choca con gran parte de nuestra comprensión occidental sobre el amor, un amor romántico que aflora en relaciones de dependencia donde dos cuerpos quieren ocupar el mismo espacio. Nos falta el aire, queremos detener la pulsación vital, parar el tiempo, inspiramos sin soltar el aire con miedo a que nos roben el aliento. Es así como están casi siempre los cuerpos cuando llegan a mi clase. Yo suelo decir, “respira”, y muchas veces me preguntan ¿Cómo? Es precisamente aquí donde una vez más podemos percibir cómo nuestras creencias y estructuras mentales están arraigadas en nuestros cuerpos, moldeados por nuestra forma de pensar, así como la forma de nuestros cuerpos aprisionan nuestra consciencia a determinados padrones mentales.

 

 

Alexander Lowen solía decir: “respirar profundamente es sentir profundamente”. Nuestras resistencias de internalizaciones y miedos se expresan en los padrones respiratorios diminutos, y por otros superficiales.

En la propuesta descripta arriba, el amor permeará tu cuerpo siempre que introduzcas en tu vida el acto de ¡respirar plena y libremente! Para amar necesitas antes descubrir lo grande que eres, tus rincones profundos, tus lugares nunca habitados, reencontrar y crear espacios. La respiración como vehículo hacia el amor me recuerda las enseñanzas del increíble maestro y creador del método de  Iyengar yoga, Grují, en su libro ”luz sobre la vida” menciona el poder del Prana Ayama como la extensión de toda nuestra fuerza vital.

PRANA, según las Upanishads, significa principio de vida y consciencia (aunque también se traduzca como la respiración). Su significación transciende el acto mecánico de la respiración.

AYAMA significa expansión, estiramiento.

Encontrar la respiración y el espacio es la clave para el encuentro con fuerzas sublimes de la existencia.

Estas enseñanzas son puestas en práctica en nuestra escuela a través de ejercicios concretos de  despertar  y ampliar la respiración, así como posteriormente llevados a las prácticas de danza orgánica (organic feeling). Son pasos y secuencias de movimientos son guiados por el pulso respiratorio.

Llevamos años investigando sobre la eficacia de esta práctica. Recuerdo un curso en el que a un grupo de formación del método OFD propuse que el aprendizaje coreográfico se daría a través de la pulsación respiratoria, de esta forma un movimiento corporal ocurriría durante la  inhalación  y el otro durante la  exhalación, y así sucesivamente.

Aunque esta sea una práctica conocida dentro de una modalidad de yoga, hacerlo para bailar, expresarse, contornearse, equilibrarse, y sonreír a partir del ritmo respiratorio fue todo un desafío.

El alumno bailaría sobre la musicalidad de su propio proceso respiratorio al principio, para que finalmente todo el grupo fuera llevado por la pulsación conjunta. Conseguimos mediante este proceso niveles de entendimiento corporal, de profundidad expresiva y de éxtasis, difícilmente experimentados en las clases tradicionales.

Creamos de esta forma ejercicios que poseen el propósito de ampliar las capacidades corporales, partiendo de la observación y de la práctica respiratoria. Inicialmente trabajamos la respiración sama-sachi / centro / lateralidad, para luego dar a conocer y ampliar la precepción hacia los nadas  auxiliares y centrales. Después desarrollamos la respiración orquestada, donde cada centro corporal gana la forma simbólica de  un instrumento; practicamos la respiración del tambor, el acordeón, la guitarra y el piano, e introducimos la respiración tántrica del sol y la luna, que ayuda al alumno a encontrar la cualidad de movimiento del aspecto masculino y femenino de la existencia. Más adelante, cuándo estas prácticas ya están más desarrolladas pasamos a la respiración de la órbita cósmica, que consiste en circular el aire por los principales centros y nadis. Es más exigente, normalmente se necesita que el trabajo previo de extensión y concientización ya esté internalizado, dado que el cuerpo necesita un soporte para que pueda recibir el aumento de carga de la energía vital.

Sobre las dimensión de esta práctica y su correlación con el individuo y la comuna, Iyengar sostiene que “el pranayama tiene por objetivo restaurar el conducto, para que la inteligencia que transporta la energía del macrocosmo pueda iluminar nuestro microcosmo” (“Luz sobre la vida” de B.K.S Iyengar).

Usamos el simbolismo, las metáforas y las visualizaciones para encontrar y desarrollar la plasticidad corporal desde el gesto respiratorio. ¿Acaso eso no sería el más profundo gesto de amor puro?

La experiencia física del amor pasa por una sensación armoniosa de bienestar, pero sobre todo de presencia. Reconocer nuestra naturaleza pulsátil es reconocernos como seres existentes preparados para amar.

Cada día que pasa me emociono con el camino que encuentro en la danza, con todas las posibilidades que existen cuando nos proponemos bailar. Nada me provoca más felicidad  que poder compartir  desde este lugar.  ¡Bailemos! cuerpo consciente, alma en movimiento, ¡y más amor por favor!

Patricia Passo

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